miércoles, 1 de febrero de 2012

Isaac Newton


Matemático inglés (1642-1727)


“Si conseguí ver más allá es porque me paré sobre los hombros de gigantes.”

Estampilla postal en honor a Sir Isaac Newton

El emperador más poderoso del mundo no logró cambiar la historia de la humanidad como lo hizo Isaac Newton, un muchacho tranquilo, hijo de un granjero inglés, que nunca hizo más que pensar, estudiar y escribir.
Cuando nació Isaac, la mujer que ayudó a su madre en el parto no quiso darle muchas esperanzas de que sobreviviera: era tan chiquitito que cabía en una jarra de vino. El papá, un próspero granjero, había muerto hacía pocos meses de neumonía.
Y, sin embargo, Isaac salió adelante. Tenía tres años cuando su mamá, harta de luchar sola con su granja, se volvió a casar. Los abuelos se hicieron cargo del chico.
A los doce años lo inscribieron en una escuela pública de un pueblo cercano a su Woolsthorpe natal, a 150 kilómetros de Londres. Allí se estudiaba latín y la Biblia, pero nada de ciencia ni de matemáticas, salvo la aritmética más sencilla.
Fue tal vez allí donde Isaac empezó a descubrir qué distinto era de los otros chicos. Lejos de todos, se la pasaba inventando juguetes mecánicos: un molino de viento, un carrito que hacía funcionar un torno…
En una terrible tormenta, mientras la gente razonable corría a refugiarse, Isaac se puso a saltar a favor del huracán y después en contra, midió el largo de los saltos y así consiguió calcular la fuerza del viento.
Estaba claro que el chico Newton no era una persona sensata y no es extraño que la linda hija del farmacéutico no quisiera seguir saliendo con él. Ese parece haber sido el único romance de su vida.
Cuando terminó la escuela, su familia decidió que era hora de que asumiera responsabilidades como adulto, haciéndose cargo de la granja. ¡Qué desastre! Como granjero, ese muchacho era un tonto. Dejaba que las ovejas invadieran los maizales mientras se dedicaba a ese ridículo molino de agua. Era incapaz de ir los domingos al mercado a controlar personalmente las compras. Al fin la madre lo pensó mejor, recordó las recomendaciones del maestro, que admiraba la inteligencia del muchacho, y decidió que Isaac le iba a salir más barato estudiando que al frente de la granja.
La mente de Newton debe haberse lanzado como un perrito hambriento sobre el conocimiento que lo esperaba en la Universidad de Cambridge. Por fin se le permitía hacer lo único que deseaba en el mundo. Con inmenso placer se encontró con las matemáticas y lo poco que se sabía de ciencia, y estudió apasionadamente todo lo que se había descubierto hasta ese momento. Leyó a Euclides, a Galileo, a Descartes: los gigantes en cuyos hombros supo pararse para ver más lejos.
Entonces, en 1665, cuando Newton todavía no se había graduado, se desató en Inglaterra una terrible epidemia de peste bubónica. Más de setenta mil personas murieron solo en Londres. La gente huía desesperada de las ciudades, donde la aglomeración y las ratas hacían más fácil el contagio. Las universidades se cerraron por dos años. Isaac Newton volvió al campo, a su granja, y allí, entre los veintidós y los veinticuatro años, descubrió cómo funcionaba el Universo. Tenemos pruebas de que fue en ese momento, porque Newton escribía cartas a sus amigos científicos, y también porque les comunicó algunos de sus descubrimientos a sus alumnos.
Cuando en 1669 volvió a Cambridge había descubierto, entre muchas otras cosas, nuevos procedimientos matemáticos y la ley de gravedad, que explica cómo todos los cuerpos del Universo se atraen en relación con su masa y qué efecto tiene esta atracción sobre el movimiento de los planetas. Había construido el primer telescopio de reflexión, con un espejo curvo en vez de lentes, y se había dado cuenta de que la luz se divide en los colores del arco iris al pasar por un prisma (el análisis del espectro de colores se usa hoy para todas las investigaciones sobre las estrellas).
Es difícil explicar la enorme importancia que tuvieron y tienen  esos descubrimientos. Cuando Newton volvió a la universidad, su profesor estaba tan impresionado que renunció para dejarle su lugar.
Por otra parte, esa mente tan brillante tenía serias dificultades para tratar con el mundo cualquier cuestión que no fuera física y matemática. No se divertía como los otros jóvenes y era tan puritano que inventó una lista codificada de sus propias malas acciones, en la que consideraba pecados incluso los sueños y los malos pensamientos.
Durante veintisiete años Isaac Newton fue profesor en Cambridge. Un profesor discreto y retraído, siempre absorto en sus pensamientos. Se cuenta que cierta vez había subido una colina llevando a su caballo de las riendas y allí se quedó observando las estrellas mientras pensaba en las leyes del Universo. Cuando quiso volver a su casa, se dio cuenta de que tenía las riendas en la mano, pero no el caballo, que se había soltado y se había ido sin que él se diera cuenta.
Newton publicó algunos artículos. Esas publicaciones fueron discutidas con argumentos ridículos por varios científicos destacados. Desde entonces, cuando sus amigos trataban de convencerlo de que publicara sus descubrimientos, Newton contestaba que no quería perder tiempo discutiendo con tontos.
Durante un tiempo dejó incluso de interesarse por las ciencias. Sin embargo, finalmente, estimulado por sus amigos científicos, se puso a trabajar con una energía feroz y en un año y medio terminó sus Principios. Allí escribió casi todos sus descubrimientos científicos y matemáticos. Se publicó en 1687 y se considera todavía hoy el libro de ciencias más extraordinario y más importante que haya producido la humanidad. Durante los dos siglos siguientes no hubo nada comparable ni en física ni en matemáticas.
Esta vez no hubo discusión posible y sus geniales descubrimientos fueron reconocidos. A partir de entonces, durante el resto de su larga vida, aceptó un poco más el trato con la sociedad, que ahora lo admiraba. Fue a vivir a Londres, donde lo nombraron Presidente de la Sociedad Real de Ciencias, y fue nombrado caballero: Sir Isaac Newton.
Su mente seguía siendo excepcional, pero tal vez ya no tan productiva como en su juventud. Sin embargo, una tarde, después de todo un día de trabajo, se enteró de que un matemático presentaba un problema que no había podido resolver, como un desafío a los matemáticos más brillantes del mundo. Esa misma noche antes de acostarse encontró la solución.
Cuando tenía sesenta y dos años publicó su obra Óptica, en la que reunió y amplió sus trabajos sobre la luz y los colores, base de la astrofísica moderna.
Pero después, dejó de interesarse en la ciencia. Newton era profundamente religioso, y en sus últimos años se dedicó a las especulaciones teológicas.
Cuenta la leyenda que descubrió la ley de la gravedad una noche de luna llena, sentado bajo un manzano de su granja. Se supone que, al ver caer una manzana, se le ocurrió la idea de que la Luna estaba sometida a la fuerza de atracción de la Tierra, ni más ni menos que la manzana. Ese manzano se hizo famoso. Durante cien años la gente visitó el “Árbol de las Maravillas” para verlo y tocarlo con gran respeto. Cuando murió, en 1820, fue cortado en trozos, que se conservaron como reliquias.
De: Shua, Ana María. Vidas perpendiculares. Veinte biografías de personajes célebres. 1ª ed. Bs As. Grupo Editorial Norma, 2009. pp. 99-104

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