jueves, 17 de marzo de 2011

Sobre amores no correspondidos...

Fragmento del libro "De los números y su historia" de Isaac Asimov (p.22)

   Les puedo asegurar que es algo muy triste estar enamorado sin ser correspondido. La verdad es que yo adoro a la matemática, pero ésta se muestra totalmente indiferente conmigo.
   Bueno, yo puedo manejar los aspectos elementales de la matemática, es cierto, pero en cuanto necesito penetrar hasta cierta profundidad, ella se escapa en busca de algún otro. Yo no le intereso.
   Sé que esto es así porque de vez en cuando me meto de lleno a trabajar con papel y lápiz por ver si logro realizar algún gran descubrimiento matemático, y hasta ahora he obtenido solamente dos clases de resultados: 1) hallazgos totalmente correctos que son muy viejos y 2) hallazgos completamente nuevos que son totalmente incorrectos.
   Por ejemplo (como muestra de la primera clase de resultado) descubrí, cuando era muy joven, que las sumas de números impares sucesivos daban los cuadrados de los números enteros. En otras palabras: 
1 = 1; 1 + 3 = 4; 1+3 + 5 = 9; 1 + 3 + 5 + 7 = 16, etc. Lamentablemente, Pitágoras también conoció este resultado en el año 500 a. C. y yo sospecho que algún babilonio lo supo allá por el 1.500a.C.
   Un ejemplo de la segunda clase de resultado tiene que ver con el Ultimo Teorema de Fermat [[[Desde que se escribió el libro ya se consiguió resolver el famoso Teorema de Fermat]]]. Hace un par de meses estaba pensando en el problema cuando sentí un repentino resplandor interior y una especie de brillo deslumbrante irradió el interior de mi cráneo. Había logrado demostrar de una manera muy simple que el Ultimo Teorema de Fermat es cierto.
   Si les digo que los más grandes matemáticos de los tres últimos siglos han atacado el Ultimo Teorema de Fermat con herramientas matemáticas cada vez más complejas y que todos ellos han fracasado, advertirán qué rasgo de incomparable genio representó haberlo logrado yo empleando sólo razonamientos aritméticos elementales.
   Mi éxtasis delirante no me encegueció tanto como para no ver que mi demostración dependía de una suposición que yo mismo podía verificar fácilmente con lápiz y papel. Subí las escaleras hasta mi escritorio para hacer esa verificación... pisando cada escalón con mucho cuidado para que no se sacudiera todo ese fulgor que invadía mi cráneo.
   Estoy seguro de que ya lo adivinaron. En pocos minutos quedó claro que mi suposición era completamente falsa. Pese a todo, el Ultimo Teorema de Fermat no estaba demostrado; y todo aquel fulgor palideció frente a la luz vulgar del día mientras yo permanecía sentado ante mi escritorio, infeliz y desilusionado.
   Pero ahora que me he recuperado por completo, reflexiono sobre aquel episodio con cierta satisfacción, Después de todo, durante cinco minutos me sentí convencido de que muy pronto me iban a reconocer como al matemático viviente más famoso del mundo, y ¡no hay palabras que puedan expresar cuan maravillosamente me sentí mientras duró!
   Pero, en general, debo suponer que los viejos descubrimientos verdaderos, por pequeños que sean, son mejores que los nuevos descubrimientos falsos, por grandes que sean...

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